Arquitectura en Latinoamérica: proyectos emergentes y su relación con la materialidad regional
Por la Arquitecta Laura Bernaola, docente e investigadora del Instituto de Ciencias Sociales (INSOD) de UADE.
Las nuevas expresiones de arquitectura académica en América del Sur son el resultado de evoluciones históricas, sociológicas, antropológicas, económicas y políticas que unificaron este proceso. Estos cambios, en las últimas décadas, se fueron produciendo de manera global, con políticas regionales, y concluyeron en el surgimiento de barrios con condiciones “ideales” para el desarrollo de edificios corporativos o arquitectura de viviendas de gran escala. Dichos edificios han adoptado diferentes características según la región, con principal énfasis en la materialidad y en las tecnologías disponibles en cada caso.
La fusión entre las diversas migraciones, la indianeidad primitiva, la transculturación del estilo internacional y la dualidad de opuestos —entre lo propio y lo foráneo— desencadenan una especie de hibridez americana y dan origen a una nueva arquitectura autóctona. Durante el período comprendido entre 1930 y 1950, se instalaron en América varios arquitectos nacidos en Europa, junto a otros casos de arquitectos nacidos en Latinoamérica, pero formados en Europa o Estados Unidos.
¿A qué se debieron estos hechos? Repasemos: la crisis económica de EE. UU., que tuvo repercusión en Latinoamérica; y, durante la Segunda Guerra Mundial, el importante éxodo de profesionales desde Europa hacia América. En nuestra región (Brasil, Chile, Uruguay y Argentina), la influencia europea fue más amplia, mientras que, en zonas como México, Venezuela y el Caribe, el aporte mayor provino desde EE. UU.
Podemos encontrar caminos inversos en las obras y principios de los arquitectos. Algunos parten desde una mirada de la Arquitectura Internacional y, al desarrollarse profesionalmente, comienzan a trabajar con materiales propios del lugar, apelando a una arquitectura orgánica. “El pueblo debe reconocerse en su arquitectura y propiciar una relación de forma, color, materia entre el edificio y el paisaje”, sostenía el pintor y arquitecto mexicano Juan O’Gorman bajo su concepto de “identidad”.
El caso inverso es el de Lina Bo Bardi. La arquitecta ítalo-brasileña, formada académicamente en Roma, pero desarrollada en Brasil, respetó allí las culturas populares cariocas y unió el arte popular con lo moderno, haciendo imposible comprender la evolución de la arquitectura latinoamericana sin su trabajo.
Hubo, además, una notable influencia de la arquitectura internacional, basada en los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) y en los grandes maestros de la arquitectura moderna como Le Corbusier, Frank Lloyd Wright, Mies van der Rohe y Walter Gropius. A pesar de estas influencias, muchos arquitectos locales asumieron que esos conceptos debían ser adaptados al lugar geográfico propio.
Es muy relevante destacar que, durante esta etapa, la arquitectura buscó una relación cercana con otras artes. Cuando lo artístico se integra con la tecnología constructiva, surgen ejemplos arquitectónicos admirables, como el del ingeniero civil uruguayo Eladio Dieste y su diseño con ladrillos.
“No tenemos industrias avanzadas y no podemos depender exclusivamente del mundo industrializado. Nuestro propósito es, entonces, replantear las premisas del Movimiento Moderno en América Latina, teniendo en cuenta las condiciones locales, geográficas, históricas y técnicas”, enfatizó Rogelio Salmona, arquitecto colombiano, en el discurso de aceptación del Premio Alvar Aalto, en Jyväskylä (Finlandia).
Según los recursos y técnicas disponibles en cada contexto, se observa una evolución constante en la investigación, el desarrollo y la especialización en la proyección arquitectónica. Esta evolución responde a las particularidades de cada región, sin desvincularse de los principios fundamentales de la arquitectura internacional. Así, se logra una síntesis entre la espacialidad y los lenguajes cosmopolitas propios de una visión global, y la utilización de materiales y saberes constructivos locales, generando obras que dialogan con su entorno sin perder vigencia en el panorama arquitectónico contemporáneo.
Como ejemplo y resultado de ello, podemos citar las construcciones en ladrillo de la zona de Asunción, en Paraguay; las construcciones en madera en la región de la Araucanía, en Chile; y las obras en hormigón desarrolladas en San Pablo, Brasil.
Estas expresiones arquitectónicas, nacidas del cruce entre lo global y lo local, no solo configuran el paisaje urbano de América Latina, sino que reflejan su identidad en transformación constante. Entender esta arquitectura es también entender quiénes fuimos, quiénes somos y hacia dónde podemos proyectarnos como región. La pregunta que queda abierta es: ¿estamos sabiendo leer y valorar esa voz arquitectónica propia que, con fuerza cada vez más clara, sigue construyéndose sobre nuestras ciudades?
