Las Letras de Realidad. Autora del mes de Mayo: Laura Caffieri
Del libro “Proyección astral” Mi despertar
Querido lector:
Esta historia no intenta convencerte de nada. No encontrarás aquí, técnicas ni ejercicios sobre proyección astral. Estas páginas contienen algunos relatos de experiencias que, una vez estuvieron en papel en un diario que Paula, la protagonista, arrojó al viento. Fui Paula por un instante. Mis ojos volaron por su camino; me convertí en su voz que quedó tallada en las letras de este libro. En un vaivén por el tiempo, te invito a transitar su despertar espiritual.
Laura.
El inicio
Dispuse a mi hijo en su camita para dormir. En esos días en los que él tenía apenas tres añitos, para los dos era una rutina el encuentro con la siesta.
Una vez en mi cama, el relax llegaba pronto y me sumergía en un sueño profundo sin la necesidad de que una alarma, más que la biológica, me indicara cuando despertar.
No recuerdo cuanto duró el descanso, si una o dos horas, pero desperté.
Un extraño sonido vibrante, difícil de describir, retumbaba en mis oídos; al mismo tiempo, me di cuenta de que no podía abrir mis ojos.
El cuerpo no me respondía, no podía moverme.
“¿Por qué? ¿Qué me pasa?”, pensé. Estaba despierta, consciente, pero dura; inmóvil.
Los latidos de mi corazón acelerado parecían envolver la habitación. Tras ellos, unos pasos de personas se acercaban a mí. Se detuvieron junto a la cama, y el miedo fue mayor.
Estaban ahí, lo sentía aunque no pudiera ver. No era una, sino varias personas, ahí, a mi lado.
Susurraban, pero no llegaba a entender qué decían.
Aterrada, en total oscuridad y sin saber que me estaba ocurriendo, seguí luchando por abrir mis ojos.
El tiempo pareció estirarse, convirtiendo los segundos en eternos, mientras continuaba intentando salir de ese estado hasta que, al fin, lo logré.
Ya podía moverme. No había nadie. Me incorporé y, al mirar alrededor, lo confirmé: nadie, ¡absolutamente nadie! Todo en calma, con el mismo silencio con el que me había recostado unas horas antes.
Las cortinas dejaban pasar la luz tenue del sol que marcaba el atardecer; apenas se escuchaba movimiento en la calle.
Caminé por el pasillo de blancas paredes que me conducía a la otra habitación en la que mi hijo aún no despertaba.
Recorrí todo el pequeño departamento en la búsqueda de algo, sin tener en claro qué.
Mi cabeza, aturdida por el suceso, solo acompañaba a mi cuerpo que buscaba explicaciones en cada rincón.
Y me encontré parada en medio de mi cuarto, desorientada y confundida, sin saber que lo que acababa de vivir solo era el inicio de los fenómenos que me acompañarían durante toda mi vida.
Una publicación de Angel Borda